Aunque mi anterior relato, Las pelotas contra el poste, no
fue concebido como el inicio de una serie, este nuevo relato podría
considerarse como una continuación de aquél. Aquí recupero algunos de los
personajes que aparecían en el otro: David, un chico apocado de dieciocho años,
y su bella prima Carolina, un año mayor que él, que a los ojos de todo el mundo
parece una chica inteligente y sensata y una estudiante brillante, pero que es
en realidad una dominatriz en ciernes, una chica altiva y manipuladora, que no
soporta a la gente débil y que disfruta haciendo sufrir a las personas que no
son de su agrado.
TERAPIA DE AVERSIÓN
Habían pasado algunos meses desde el día en que tía Julia y
Carolina me habían examinado los genitales para asegurarse de que no habían
sufrido ningún daño tras habérmelos golpeado contra el poste de una portería de
fútbol. Fue una experiencia humillante para mí, pero poco a poco la fui
superando gracias sobre todo a que en todo ese tiempo no me vi en la tesitura
de tener que coincidir con mi prima, lo que sin duda habría reabierto una
herida que aún estaba tierna. Aunque sabía que tarde o temprano se produciría
el fatídico reencuentro, no me imaginé que fuera tan pronto, y mucho menos que
tendría lugar en las peores circunstancias posibles. Siempre creí que primero
coincidiríamos en algún compromiso familiar, rodeados de más personas. Nunca
pensé que la primera vez ya tendría que enfrentarme a ella a solas. Y en honor
a la verdad debo admitir que ese primer encuentro se produjo por mi culpa, y no
puedo decir que no estuviera advertido. Mi madre dio una muestra clara de sus
intenciones cuando el día de marras no se le ocurrió otra cosa que pedirle a mi
prima que me diera clases particulares para ayudarme con los estudios. Aunque en
ese momento no acabó concretándose en nada, conociendo la testarudez de mi
madre, el simple hecho de habérselo planteado ya debería haberme servido de
advertencia y tendría que haberme esforzado más en los estudios, porque en el
momento en que suspendí cinco asignaturas en la segunda evaluación ya no había
vuelta atrás, mi suerte estaba echada. Estaba repitiendo primero de
bachillerato cuando tendría que estar en mi último año de instituto. Así que,
sin pedirme siquiera la opinión, mi madre convenció a Carolina para que me
diera clases de refuerzo. La primera de ellas tuvo lugar una tarde de miércoles
del mes de abril.
—¡Cómo se te ocurre llegar tan tarde! Tu prima hace más de
veinte minutos que te espera. Y yo ya tendría que haber salido para llegar a
tiempo a la clase de yoga —me reconvino mi madre a voz en grito, sin darme
tiempo de entrar por la puerta.
—Lo siento mamá, pero he tenido que quedarme un rato más en
el instituto para acabar un trabajo de grupo —mentí descaradamente. Después de
clase me había ido con mis amigos a jugar al futbolín en un bar cercano al
instituto. No pretendía hacerlas esperar. No lo había hecho con mala intención.
Simplemente no me veía con ánimos de encontrarme con mi perversa prima, y
estaba intentando, sin éxito, reunir fuerzas para afrontar la situación.
—Anda, pasa. Estábamos en el salón. Como tardabas tanto le
he ofrecido un café —me informó mi madre, acompañándome a empujones al salón de
casa. Allí estaba Carolina, sentada en una silla con las piernas cruzadas,
visiblemente mosqueada. Excepcionalmente, había abandonado sus habituales
minifaldas de niña pija e iba vestida con una sencilla camiseta verde y unos
leggings negros. No había abandonado, sin embargo, sus no menos habituales
zapatos de tacón con plataforma, que la hacían parecer aún más alta de lo que
ya era. Al verme entrar no se levantó.
—Por fin ya tienes aquí al desastre de mi hijo —le dijo mi
madre, con resignación—. Siento no poderme quedar con vosotros, pero, con lo
que tengo que aguantar en casa, si no fuera por las clases de yoga me tendrían
que encerrar en un manicomio.
—Vete tranquila, tía Carmen, todo irá bien —la tranquilizó
mi prima, mientras se levantaba para despedirse de ella.
Después de darle dos besos a Carolina, mi madre se dirigió a
mí:
—Y tú, David, pórtate bien. Trabaja mucho y obedece a tu
prima en todo lo que te diga. Que no tenga queja de ti.
—Sí mamá, vete ya —le respondí, molesto por el hecho de que
me tratara como a un niño delante de mi prima, cuando yo ya tenía dieciocho
años y Carolina sólo era un año mayor que yo.
—Si se porta mal, no dudes en contármelo —la conminó mi
madre, dirigiéndose otra vez a Carolina—, que ya lo meteré yo en vereda.
—Descuida, tía Carmen
—Bueno, pues ahora sí que me voy —dijo mi madre—. No
recojáis nada, que ya lo haré yo cuando vuelva. A ver, creo que lo llevo todo:
las llaves, el móvil, la bolsa... —iba diciendo mi madre para sí misma mientras
se dirigía a la puerta. Carolina y yo la seguimos con la mirada hasta que la
perdimos de vista. Pero no nos movimos hasta que no oímos el ruido de la puerta
al cerrarse.
—Tú dirás, David. ¿Cómo lo hacemos? ¿Vamos a tu cuarto? —me
preguntó mi prima, con decisión.
—Sí —le contesté a la segunda, tras carraspear, después de
que la primera vez me fallara la voz.
Sin esperar a que yo pasara delante, se volvió y se dirigió
a mi habitación. La seguí como un cordero que va al matadero. Aunque, entre
tanto, no pude evitar fijarme en sus torneadas piernas y en su prieto culo,
que, perfectamente perfilados por sus leggings, se movían armoniosamente al
compás de su taconeo. Pese a sus tacones, caminaba con elegancia, cimbreando el
cuerpo como un junco.
—Es esta de aquí, ¿verdad? —preguntó Carolina, señalando mi
habitación. Y entró resoluta sin darme tiempo a responder y sin dar la luz.
—Sí —contesté, tímidamente. Y me apresuré a encenderle la
luz.
—Menudo desorden —sentenció Carolina, con los brazos en
jarras, tras echar un rápido vistazo a la habitación—. Así es imposible
concentrarse. —A continuación examinó con más detenimiento lo que le quedaba a
la vista, empezando por la novela empezada que tenía encima de mi mesa de
estudio—. Lo que me faltaba: Crepúsculo. No sé cómo a la gente puede gustarle
esta mierda de vampiros afeminados y niñatas pánfilas. —Después de ojear el
libro de forma maquinal, lo tiró sobre la mesa. Y, levantando la mirada, se
fijó en lo que había en los estantes. Esta vez, su única reacción fue soltar un
bufido, que fue acompañado de una mueca de desaprobación. Finalmente se giró
hacia mí y dijo—: Sólo veo cómics, videojuegos, alguna película de acción y
novelas para adolescentes con acné. Desde luego no esperaba encontrar alta
literatura, pero sí algo con un poco más de contenido. ¿No tienes más intereses
que estos? ¿Ya sabes la carrera que vas a escoger? Porque si pasas de curso, el
año que viene ya estarás en en tu último año de instituto. David, te estoy hablando.
Quieres hacer el favor de contestar —me apremió a responder mi prima, cada vez
más impaciente por mi silencio.
—No sé —sólo acerté a decir, agachando la cabeza.
Lo último que me convenía, y lo que menos deseaba, era
contrariar a mi prima. Por eso durante esos breves instantes, que se me
hicieron eternos, me estrujé los sesos para encontrar una respuesta que
satisficiera a Carolina, pero no la encontré. No soy una persona con intereses
elevados, como concluyó correctamente mi prima.
—Dejémoslo —desistió finalmente mi prima y, sentándose en la
silla giratoria que había frente a la mesa, añadió—: Antes de empezar con las
asignaturas, veamos si lo que tienes es un problema con el método de estudio. A
ver, explícame qué haces cuando tienes que estudiar para los exámenes.
—No sé. Me leo los apuntes, si los tengo, o, si no, los
libros de texto —respondí, algo más animado, al comprobar que cambiábamos de
tema.
—Siéntate en la cama, no te quedes de pie —me pidió,
Carolina. Cosa que hice—. ¿Y ya está? ¿No haces esquemas? ¿Ni un triste
resumen?
—No, me quitan mucho tiempo —reconocí.
—Empollar directamente de los apuntes o del libro puede que
te sirva ahora, o ni eso, vistas tus notas, pero en la universidad, con la
materia que vas a tener para estudiar, te va a resultar imposible —me explicó,
mi prima—. Es peor de lo que me esperaba. Voy a tener que enseñarte lo más
básico. Al menos dime que sabes subrayar el texto identificando las ideas
principales.
—Sí, eso sí —afirmé, orgulloso.
—No se si creerte —me replicó, mi prima, con escepticismo—.
A ver, enséñame algún libro que tengas subrayado. ¿Dónde los tienes?
—En el último cajón de la mesa —respondí automáticamente.
Pero al acordarme de lo que también guardaba allí, el corazón me dio un
vuelco—. Pero ya los cojo yo —me apresuré a decir al tiempo que me levantaba de
la cama.
—No hace falta que te levantes. Lo tengo al alcance de la
mano —dijo Carolina, que ya se disponía a abrir el cajón cuando me abalancé
sobre ella y le aparté bruscamente la mano del tirador—. ¿Pero que estás
haciendo? —me preguntó, sorprendida.
—No... nada... simplemente... que no sabes qué libros son
—improvisé, de forma poco convincente.
—¿Se puede saber qué es lo que escondes ahí? —inquirió mi
prima, con perspicacia.
—¿Yo? ¡Nada! ¡¿Qué voy a esconder?! —me defendí yo,
haciéndome el sorprendido.
—Pues, ¿a qué viene que no me dejes abrir el cajón?
—insistió Carolina, que ya había olido sangre y no iba a dejar escapar a su
presa—. Y esta vez, invéntate una excusa mejor que la de antes: la de que no sé
qué libros son.
—No era una excusa... —empecé a protestar. Pero Carolina me
cortó en seguida.
—¿Qué son? ¿Drogas?
—No, claro que no. Ya te he dicho que no escondo nada.
—Bueno, ya basta de tonterías. Apártate ahora mismo —me
ordenó mi prima, a la vez que con la mano me empujaba hacia un lado. Pero no me
moví. Quería impedir por todos los medios que abriera ese cajón y lo único que
se me ocurrió fue plantarme frente a él—. David. Te lo advierto. No estoy de
humor. Te aseguro que no me apetecía lo más mínimo venir hoy aquí a darle
clases a un holgazán como tú. Y si lo he hecho no ha sido por ti sino por tu
madre. Pero mientras estemos tú y yo solos en esta casa la responsable de tu
cuidado soy yo. Y no voy a dejar correr este asunto. Así que dime, David, ¿qué
prefieres? ¿Que el cajón lo abra yo o que lo abra tu madre? No tienes más
alternativas. Tú decides.
Esa disyuntiva no me dejaba otra opción que apartarme. Si
había alguien a quien temía más que a Carolina era a mi madre. No hizo falta
que respondiera. El simple ademán de echarme a un lado certificó mi rendición
absoluta, como bien interpretó mi prima.
—Buena elección —se congratuló mi prima, visiblemente
satisfecha por su cómoda victoria, pero sin permitirse esbozar una sonrisa—. Y
ahora vuelve a sentarte en la cama —me ordenó con gesto serio, mientras me
señalaba con el dedo los pies de la cama, justo al lado de la mesa.
Acto seguido, estando aún sentada en la silla giratoria,
abrió el cajón. Desde mi posición, podía ver perfectamente su contenido y cómo
poco a poco iba vaciándose a medida que Carolina iba sacando los libros, que,
tras un breve examen, dejaba encima de la mesa. Cada vez estaba más nervioso,
pero no tardó mucho en sacar el último de los libros, el de biología, debajo
del cual había dos revistas porno.
—Porno, ¡cómo no! —profirió mi prima, con fastidio, cogiendo
las revistas y cerrando el cajón—. Así que era esto lo que escondías —me
recriminó mientras me las mostraba. Al comprender que yo no iba a decir nada,
se puso a ojear una de las revistas—. Private... nunca había oído hablar de
esta revista —murmuró para sí misma. A medida que pasaba las hojas sus cejas se
iban arqueando cada vez más—. Felaciones, penetraciones anales y eyaculaciones
faciales. —Carolina escupió con rabia cada una de estas palabras, para luego
añadir hastiada—: las típicas convenciones del porno machista: mujeres denigradas
y reducidas a objetos para el uso y disfrute de pajilleros como tú. Mira por
dónde, por fin hemos descubierto cuáles son tus aficiones más allá de los
cómics y los videojuegos, ¿eh, David? ¿No vas a decir nada?
Aún seguía sentado en la misma posición, con la cabeza gacha
y frotándome la manos nerviosamente. Pese a su interpelación me mantuve
callado. Conociendo a Carolina, era la mejor opción. Ya había descubierto mi
punto flaco, la rendija por donde atacarme. Y yo sabía perfectamente que no se
detendría. Lo sabía por otras personas que tuvieron la desgracia de cruzarse en
su camino y haber mostrado alguna debilidad ante ella. Carolina disfrutaba
haciendo sufrir a los demás. Y conmigo no iba a ser diferente, como hace unos
meses había podido experimentar en mis propias carnes. Como una auténtica
estratega, iría poco a poco desgajando pedazos de mi autoestima hasta que no
quedaran de mí más que unos míseros despojos, convirtiendo esa pequeña rendija
inicial, ese punto flaco, en un majestuoso arco del triunfo, el cual
atravesaría orgullosa no a lomos de un caballo blanco, sino calzada con sus
zapatos de tacón. En ese instante ya sabía que no tenía escapatoria. Carolina
siempre podría amenazarme con enseñarle las revistas a mi madre. Lo único que
podía hacer era tratar de no provocarla y mucho menos encararme a ella. Por eso
pensé que lo mejor para mí era quedarme callado, no darle ninguna excusa para
seguir torturándome, y a ver si así se cansaba pronto de su nuevo juguete.
Tal vez el silencio fuera la mejor opción, pero desde luego
no era una solución óptima, puesto que al ver que no decía nada me lanzó la
revista que había estado ojeando. Me dio en el pecho y cayó al suelo, entre mis
pies.
—Cuando me dirija a ti haz el favor de mirarme a la cara y
contestar —me exigió mi prima. Yo alcé la vista, pero, al segundo, la volví a
bajar sin decir nada. Sin embargo, parecía que no afectaba a sus propósitos el
hecho de que no respondiera a sus interpelaciones. Siguió sin más con su
táctica de desgaste, minándome lentamente la moral. Cogió la segunda revista y,
como hizo con la anterior, empezó a ojearla pausadamente—. Más de lo mismo
—sentenció finalmente, y cerró la revista. Entonces me mostró la chica de la
portada y me preguntó—: ¿Te gusta esta?
Levanté la cabeza lo justo para fijarme en la portada, pero
me quedé callado. No tardé en darme cuenta de que mi estrategia de silencio
tenía los segundos contados, porque, de improviso, me golpeó en la cabeza con
la revista. Mi renuencia a entrar en su juego comenzaba a desquiciarla.
—¡Te he hecho una pregunta! —me gritó furiosa, pero en
seguida se calmó y añadió, más tranquila—: Estoy empezando a cansarme, y no te
conviene. Me conoces, y sabes perfectamente que no me costaría nada contarle a
tu madre lo que escondías en el fondo del cajón. Hasta me resultaría divertido.
Me intriga saber qué excusa te inventarías. Pero puedo no decírselo. Eso
depende de ti. Así que espero que a partir de ahora te muestres más
colaborador. ¿Me has entendido?
—Sí —claudiqué.
El juego había entrado en otra dimensión. Con su amenaza,
Carolina había puesto al descubierto sus intenciones. Quería entretenerse a mi
costa y a mi no me había dejado otra alternativa que la de participar
activamente en su juego. Ya no valía quedarme callado.
—Pues ahora dime cuál de las chicas de la revista te gusta
más —me pidió mi prima al tiempo que me tiraba la revista al regazo. Tanto daba
que escogiera una u otra. Sea lo que fuera lo que Carolina tenía pensado hacer,
no se vería afectado por mi elección. Así que sólo pasé las páginas para darle
gusto. Me detuve justo en medio, donde había insertado un póster desplegable en
el que aparecía la mujer de la portada. Se la señalé. Carolina me cogió la
revista y se fijó en la chica—. ¿Esta es la que te gusta? ¿La chica de la
portada? Ya veo. Rubia de bote, toda depiladita y unos inmensos pechos
recauchutados. Vamos, la Barbie pornostar... —De repente, se interrumpió y
soltó una carcajada—. ¡Caray! ¡Si hasta incluyen su ficha técnica! ¡Como en las
revistas de coches! Joder, es que los tíos estáis enfermos. A ver... 105
centímetros de pecho, 61 de cintura y 93 de cadera. Se llama Holly y es de Los
Ángeles, California. Y tiene 21 años, o eso dice ella. Y aquí también nos habla
de sus aficiones: le gusta tomar el sol en la playa y sacar a pasear a su
perro, Bobby. Y no te lo pierdas, le encantan las películas románticas... ¡oh,
qué mona! No se pueden escribir más clichés en menos espacio. Y por supuesto,
no podían faltar sus preferencias sexuales. A ver, por favor, un redoble de
tambores: su fantasía es hacérselo con otra mujer y lo que más le gusta en la
cama es el sexo anal y que se la follen al estilo perro. Lo que me extraña es
que al tarugo que se inventó toda esta sarta de gilipolleces se le olvidara
añadir que a la chica le entusiasma que los tíos se le corran en la cara. ¿Tú
qué crees, David, que estos son los gustos de Holly o es lo que quieren
encontrar en la revista los pajilleros que la compran?
—No sé —respondí, con un hilo de voz.
Como era de esperar, a Carolina no le gustó mi respuesta e
inmediatamente volvió a golpearme en la cabeza con la revista, pero esta vez
con el lomo. La revista no es precisamente delgada y el golpe me hizo daño.
—Vuelves a no colaborar, David. A partir de ahora vas a
tener que esforzarte más —me aleccionó mi prima, torciendo la boca
cínicamente—. Como no has querido responder, ya lo hago yo por ti: Holly no es
lesbiana, David. La fantasía de dos mujeres montándoselo es vuestra, de
pajilleros como tú. A Holly tampoco le gusta que le den por el culo con un
pollón porque le duele. Y, por supuesto, a Holly no le gusta que se le corran
en la cara. Es humillante, además de pringoso. Y todo ello suponiendo que Holly
sea realmente el nombre de esta chica. Ya que lo más probable es que se llame
Lula Mae, o algo parecido, y que sea de algún maldito pueblucho de Texas, del
que huyó porque allí se ahogaba. Quería prosperar en la vida y se fue a Los
Angeles. Tenía grandes esperanzas pero se cruzó con un cabrón sin escrúpulos
del que se enamoró y que ahora es su mánager. Él fue quien la introdujo en la
industria del mal llamado “entretenimiento para adultos”, quien le “aconsejó”
que se oxigenara el pelo y quien le pagó esas enormes tetas que tanto te
gustan, pero que lógicamente no necesitaba porque ya tenía unos preciosos y
bien formados pechos. Ella en realidad no quería entrar en este mundo de mierda
ni ponerse implantes, pero estaba tan enamorada del hijoputa ese que creyó
todas y cada una de las promesas que le hizo, incluyendo aquella en la que le
presentaba el mundo del porno como el país de las maravillas. Y aquí tienes a
esa pobre chica llena de ilusiones —dijo Carolina, señalando la portada de la
revista— chupando pollas, tragando lefa y dejándose sodomizar por patanes sin
modales cuyo único mérito en la vida es tener una gran polla. Todo esto para
satisfacer las bajas pasiones de pringados como tú, que en lugar de salir y
relacionarse con chicas en busca del amor, se encierran en su habitación
husmeando en las web porno y masturbándose compulsivamente. Porque es más fácil
montarse una película de fantasía con una actriz porno irreal que entablar
amistad con una chica normal y corriente, que te puede mandar a paseo si no le
gustas. ¿No, David?
—Sí —admití a regañadientes, para no contrariarla.
—¡Vaya! Gracias, David. Ya empiezas, por fin, a entrar en
razón —reconoció mi prima, exultante. Tal vez le había costado más de lo que se
esperaba, pero ya me tenía donde quería—: Se me acaba de ocurrir que, ya que
has entrado con buen criterio en esta nueva fase de aceptación, no estaría de
más que realizaras algún tipo de acto de desagravio. Qué sé yo... podrías
disculparte. Sería lo apropiado, ¿no crees?
—Lo siento —le solté apáticamente a Carolina.
—No, David, conmigo no —se rió mi prima. Luego dio unos
golpecitos con el dedo en la portada de la revista y dijo—. Con ella,
discúlpate con Holly.
Era absurdo lo que me pedía, pero si así se iba a quedar
contenta, eso es lo que haría. Cuanto antes se cansara de sus propios
jueguecitos mejor.
—Lo siento Holly —me disculpé mecánicamente en dirección a
la revista que Carolina sujetaba en alto.
—Me decepcionas David —se quejó mi prima, moviendo la cabeza
de lado a lado—. No he visto sentimiento en ti. Vuélvelo a intentar. Puedes
hacerlo mucho mejor.
—Lo siento mucho Holly. Me he equivocado. Te pido perdón
—volví a disculparme. Esta vez, además, enfatizando de forma exagerada cada una
de las palabras.
—Bravo, David. Ves como podías hacerlo mejor. Con esfuerzo
todo es más fácil —se burló Carolina, que se había dado cuenta de mi
sobreactuación, pero que estaba encantada con que finalmente le siguiera el
juego sin tenerme que insistir más de la cuenta—. Pero esto hay que rematarlo.
Todavía falta algo. ¿En “qué” te has equivocado? ¿Por “qué” le pides perdón?
Confiesa tus pecados, David. Libera tu conciencia de esa pesada carga. Te
sentirás mejor.
—Siento haberme comprado las revistas —dije yo.
—¿Eso es todo? —me preguntó fríamente mi prima.
Yo afirmé con un movimiento de cabeza. E inmediatamente
Carolina me volvió a golpear en la testa con el lomo de la revista.
—¡Ay! —grité.
—No te quejes, David. Te lo has buscado tu solito —me
reprendió mi prima—. Creía que nos entendíamos, David. Creía que ya habíamos
superado esa fase absurda de no cooperación. Empieza a tomarte esto en serio
antes de que se me acabe la paciencia y le cuente a tu madre tus sucios
secretitos. —Carolina soltó un profundo suspiró e insistió—: Sientes haberte
comprado la revista... ¿para qué? ¿Para qué, David? ¿Con qué intención te
compraste la revista?
—Siento haberme comprado la revista para masturbarme
—confesé avergonzado, mirando al suelo.
—Ves, David, como no era tan difícil —dijo Carolina,
satisfecha—. Eso es precisamente lo que Holly y yo queríamos escuchar.
Queríamos oír de tu propia boca lo que ya sabíamos: que eres un puerco. —A
continuación hizo una pausa y chasqueó la lengua—. Pero ahora que lo has
dicho... No sé... Holly y yo necesitaríamos algo más. Un gesto, una
demostración palpable de cuan cerdo eres. Qué tal si nos muestras cómo te
cundieron las clases de interpretación que tomaste aquel año en la escuela.
Imítanos a un cerdo.
—¿Cómo? —pregunté sorprendido.
Carolina me dio una vez más en la cabeza con el lomo de la
revista. Lo que provocó que se me escapara otro grito.
—No hagas que te lo tenga que repetir —me advirtió mi prima.
Contrariado, me levanté de la cama y me puse a cuatro patas. Mi prima me dio,
entonces, unos golpecitos en el hombro. Alcé la vista. Tenía el rostro de
Carolina a un palmo del mío. Con una media sonrisa en la boca me preguntó—:
¿Cuántos cerdos has visto que vayan vestidos? —Mi cara debía de ser un auténtico
poema porque a continuación añadió—: No pongas esa cara de bobalicón, tonto. Me
has entendido perfectamente. Además, si lo que te preocupa es que te vea
desnudo, acuérdate de que ya te he visto el diminuto cacahuete ese que tienes
entre las piernas.
—Pero... —empecé a decir. Sin embargo no pude terminar la
frase porque mi prima me volvió a dar otro revistazo.
—Nada de peros, David. Haz lo que te digo —me ordenó.
Dudé unos instantes. Intenté pensar una salida, encontrar
algún pretexto. Pero no se me ocurrió nada. Derrotado, me puse en pie y me
quité la camiseta, luego las bambas y los calcetines y finalmente los
pantalones. Mi prima me miraba sentada en la silla. Estaba sonriendo. Tenía
cruzadas sus esbeltas piernas y los antebrazos entrelazados encima de la
revista que guardaba en su regazo. Su único punto de contacto con el suelo era
el tacón de su zapato izquierdo, sobre el que descansaba todo el peso de las
piernas. Su pie derecho jugueteaba inconscientemente con el talón del zapato,
metiendo y sacando grácilmente el calcañar.
—Los calzoncillos también —me apremió Carolina, al ver que
me detenía. La obedecí—. Ciertamente la naturaleza te ha jugado una mala pasada
—se burló socarronamente—, pero lamentablemente para ti esto no te exime de
culpa. Venga, ponte a cuatro patas. Así. Y ahora gruñe como un gorrino.
—Oink, oink, oink —dije yo.
—Hay algo que falla —afirmó mi prima, con la mano en la
barbilla, fingiendo estar pensando. De repente se golpeó la frente con la palma
de la mano, como si le viniera de golpe algo a la mente—. ¡Claro! ¡Cómo no se
me había ocurrido antes! ¡Te falta la cola. —Cogió una hoja de papel de uno de
los estantes y la enrolló, y con ello hizo después un tirabuzón.
—¡No! —protesté, cuando comprendí lo que pretendía hacer.
Pero no tuve valor de levantarme. Sólo le supliqué—: No, por favor, no lo
hagas.
—¡Oh, venga! Con lo que disfrutas viendo a Holly siendo
enculada con esos rabos enormes, ¿ahora te vas a poner quisquilloso por este
diminuto canutillo? —dijo Carolina mientras me mostraba el tirabuzón que había
hecho—. Ahora, pórtate bien y relaja el ojete.
Me revolví en el suelo. No fue ni siquiera un forcejeo. No
usé fuerza alguna. Seguí a cuatro patas únicamente intentando zafarme de sus
manos. Sólo pretendía que desistiera de su propósito. No quería contrariar a
Carolina más de lo necesario. Pero mi prima no cedió. Se montó a horcajadas
sobre mí para inmovilizarme. Entonces con los dedos de una mano me separó las
nalgas y con la otra mano me hincó buena parte del tirabuzón en el recto.
Cuando lo logró sentí una honda sensación de impotencia, como un vacío en mi
estómago, que provocó que estallara en un gran llanto.
—¡¿Por qué me haces esto?! —clamé sollozando.
—¡Porque puedo y me divierte! —me respondió crudamente, y,
dándome un coscorrón en la cabeza, me dijo—. Y los cerdos no hablan, sólo
gruñen. Y es lo que quiero que hagas. Así que empieza ya.
—Oink, oink, oink, oink —repetía yo, una y otra vez, entre
sollozos.
—Eso es, así me gusta —me decía Carolina. De golpe, algo de
la mesa llamó su atención: una bolsa de Lacasitos. La abrió, se echó unos
cuantos en la mano y me los ofreció—. ¡Come!
Los cogí con la boca directamente de su mano. De nuevo, tomó
otro puñado de la bolsa, pero esta vez, en lugar de dármelos personalmente, los
fue tirando al suelo uno a uno. Yo los iba recogiendo con la lengua y me los
comía. Me sacó de la habitación y, lanzándome lacasitos, fue paseándome por
toda la casa hasta que volvimos a mi cuarto. En algún punto de ese trayecto
dejé de llorar.
—Creo que por hoy ya has comido demasiado... —empezó a decir
mi prima, pero se detuvo. Se le había ocurrido algo nuevo para mí. Y, tras
sonreírse, concluyó enigmáticamente la frase de una forma muy diferente de como
había pensado terminarla—: o no.
Dejó la bolsa de Lacasitos sobre mi mesa y volvió a sentarse
en la silla. Yo permanecí a cuatro patas.
—Sabes David —dijo Carolina—, tu interpretación del cerdo ha
sido sencillamente magistral. En serio, la aplaudo. Pero me he dado cuenta de
que no es exactamente lo que estaba buscando. No es por culpa tuya, tranquilo,
el error ha sido mío. Quería comprobar lo guarro que eres y te he pedido que
interpretaras a un animal que en realidad tiene una clase especial de nobleza:
los pobres son sacrificados y descuartizados en mataderos para que las personas
podamos alimentarnos. Tú en cambio eres otro tipo de cerdo, ¿no, David? Tendría
que haberte pedido que hicieras algo más acorde con tu naturaleza para que entendieras
lo ridículo que es que a tu edad estés encerrado en tu cuarto dándole todo el
día a la zambomba. Por no hablar de tu enfermiza afición al porno. Ven, sígueme
—me ordenó mi prima mientras se levantaba.
Salió de la habitación y yo la seguí a cuatro patas. Me
llevó al salón, donde hay un espejo de cuerpo entero incrustado en la puerta de
un armario. Me pidió que me pusiera de rodillas frente al espejo. Lo único en
que me fijé fue en mi cara, no tuve el valor de mirar más abajo, de ver mi
desnudez totalmente expuesta. Apenas reconocí aquella cara que tenía delante de
mí. No era el mismo rostro que veía cada mañana en el espejo del baño cuando me
aseaba. Presentaba un aspecto general de desvalimiento. Estaba pálido, lo que
contrastaba con mis ojos, enrojecidos por el llanto, y, fruto de la tensión,
tenía los labios extrañamente crispados. Carolina cogió una silla y la colocó a
mi izquierda en dirección a mí, y luego se sentó en ella.
—Ahora, mastúrbate —me mandó. De nuevo, rompí a llorar, pero
obedecí. Pasó un buen rato hasta que conseguí que se me empinara. Carolina
quería que me masturbara mirándome en el espejo y cada vez que apartaba la
vista me decía—: Mírate en el espejo, David, mira lo patético que eres, mira
qué ridículo estás pelándotela como un mono.
Finalmente me corrí en el suelo. Aunque había dejado de
sollozar, las lágrimas continuaban brotándome de los ojos. Y no cesaron de
hacerlo, e incluso arreciaron, cuando Carolina, después de mojar la suela del
zapato en la mancha de semen, me hizo lamerle la suela con la lengua.
—No entiendo a qué viene esa carita —se mofó mi prima—. Con
la cara de felicidad que hace Holly cuando está embadurnada de esperma. Porque
eso es lo que creías hasta ahora, ¿no, David? Que a Holly le encanta que la
llenen de lefa, ¿no? ¿A que cuando eres tú quien está en esa situación no te
pone tan cachondo? Hoy estás aprendiendo muchas cosas nuevas, David. Al final
resultará que estas clases que me pidió tu madre que te diera no van a ser tan
improductivas como me pensaba. ¿Ya has acabado con la suela del zapato? Pues en
el suelo tienes más.
Limpié el suelo con la lengua, como me había pedido. Cuando
hube terminado, Carolina me agarró del pelo y me subió la cabeza para mirarme
directamente a los ojos.
—Mírame a la cara —me ordenó—. Quiero ver la vergüenza en tu
mirada. Espero que todo lo que ha pasado hoy aquí te haya hecho reflexionar
sobre lo perniciosa que es tu conducta desordenada. Debes aprender a tratar con
más respeto a las mujeres y a ti mismo. Además, si todo ese tiempo y esa
energía que pierdes masturbándote los dedicaras a los estudios no te harían
falta mis clases de repaso. Aunque ahora no lo veas así todo esto lo estoy
haciendo por tu bien, y algún día me lo agradecerás. Cada vez que tengas la
tentación de tocarte te acordarás de lo ridículo que resulta eso en un hombre
hecho y derecho como tú —remató mi prima, con un deje sarcástico. Y después de
una pausa me preguntó—: ¿Sabes lo que es la terapia de aversión? Ya veo que no.
Es una forma de corregir la conducta de las personas asociándola a sensaciones
desagradables, como la vergüenza o el dolor.
Carolina hizo una nueva pausa para darme tiempo a asimilar
sus palabras, tras la cual me mandó que volviera a masturbarme. Yo no entendía
qué es lo que pretendía con eso. Sin darme apenas tiempo de recuperarme me
costaría mucho correrme otra vez. Pero no la cuestioné ni le hice preguntas.
Dubitativo, me cogí el pene. Y, justo en ese momento, mi prima me soltó una
tremenda bofetada que me giró la cara. Aunque no me vi el rostro seguro que
debía tener dibujada en él una ridícula expresión de asombro. Hasta Carolina se
sorprendió a sí misma con la fuerza que le había imprimido al golpe, porque,
tras escapársele un «¡uau!», se recostó contra el respaldo de la silla con tal
ímpetu que casi la tumba. Después de esto empezó a reírse a carcajadas y a
aplaudir.
—Ves —dijo mi prima, cuando logró parar de reír—, en esto
consiste la terapia de aversión. Para eliminar la conducta masturbatoria sólo
hay que asociarla al dolor o, como antes, a la vergüenza. Venga, vuelve a
cogerte la cosita y hazte una paja.
Sabía lo que iba a suceder y aún así no hice el menor
intento de protegerme. Y, efectivamente, igual que antes, me abofeteó en el
mismo instante en que me agarré el pene. Esta vez no me cogió desprevenido y
pude encajar mejor el golpe, lo que hizo que me doliera menos, pese a ser si
cabe aún más violento que el anterior. La reacción de mi prima no fue tan
exagerada como la primera vez, pero no se privó de demostrarme lo mucho que le
divertían sus propias ocurrencias.
Por tercera vez me pidió que volviera a masturbarme. Y por
tercera vez me soltó un guantazo en la cara en el momento en que me cogí el
pene. No contenta con eso, en esta ocasión no se detuvo ahí. Después de haberme
dado con la palma de la mano derecha, me dio con el dorso en la mejilla
contraria. De esta manera, uno tras otro, me fueron cayendo sopapos hasta que
perdí la cuenta. Las mejillas me escocían. Podía notar incluso los latidos en
esa zona. Pero aguanté sin llorar. Tal vez porque, pese a toda mi desdicha, ya
no tenía más lágrimas que derramar. Carolina ya no reía, pero todo su rostro
mostraba una abierta satisfacción.
—¿Aún te quedan ganas? —se mofó Carolina, señalándome los
genitales con un gesto de cabeza. Extrañado, bajé la vista y me di cuenta de
que aún mantenía agarrado el pene, y, como un resorte, lo solté—. Mejor, porque
tu madre ya debe de estar al llegar. Así que creo que ya podemos dar por
terminada la clase de hoy. Ve a vestirte, anda... ¡y quítate eso del culo,
hombre, que parece que le hayas cogido gusto!
FIN
AUTOR: IMPOTENS
No hay comentarios:
Publicar un comentario